“Pidiendo pista” en Casa de Santa Cruz: una tarde de hermandad y memoria viva

“Pidiendo pista” en Casa de Santa Cruz: una tarde de hermandad y memoria viva

Veteranos de Malvinas, familias y amigos acompañaron la presentación de Pidiendo Pista. Relatos desde una Base Aérea, de la historiadora Mónica Durán. El libro nace del propio grupo de la Base Aérea Río Gallegos y reúne voces de soldados conscriptos, personal civil y militar que sostuvieron, desde la Patagonia continental, el pulso de 1982.


Con el salón repleto, la tarde tuvo esa calidez difícil de explicar, mezcla de abrazo, memoria y reconocimiento compartido. Encuentros que volvían después de décadas, miradas que se reconocen sin presentaciones. En ese marco, Mónica Durán presentó Pidiendo Pista, un libro que no parte de la decisión solitaria de una autora, sino del llamado de quienes vivieron la guerra desde la Base Aérea de Río Gallegos. “Este grupo hermoso me buscó a mí”, contó, y explicó que el proyecto le propuso “conjugar la experiencia de soldados conscriptos, personal civil —mujeres y hombres— y personal militar”.

La investigación llevó más de cien entrevistas profundas, registros que permitieron armar el mapa humano de la Fuerza Aérea Sur en 1982. A esas voces se sumaron archivos guardados desde 2015 y fotografías que los propios protagonistas acercaron. En las primeras páginas, Durán deja una pregunta abierta que ayer resonó en la sala: “¿Cuánta memoria y cuánto olvido requiere una sociedad para superar la guerra?” Y es que no hay respuesta cerrada; hay, sí, la certeza de que estos relatos necesitan llegando.


Un libro que nace de la base y vuelve a la comunidad

Durán cuenta que eligió escribir en presente; Pidiendo pista hoy. No por gesto literario, sino porque muchos testimonios “tenían por primera vez micrófono”, dijo. La tapa —diseñada por Flavia Franchina, sobrina de un veterano— recupera la imagen del lugar donde “pasaban las cosas”; la base, espacio físico y simbólico que los convoca desde que en 2018 impulsaron el primer gran reencuentro.

Esa iniciativa, contaron, se armó de manera federal con coordinadores en distintas provincias, grupos de mensajería que rastrearon compañeros y un fondo común para imprimir los primeros 500 ejemplares. El objetivo es que el libro llegue a escuelas, bibliotecas populares y universidades. “Cada ejemplar es un agente multiplicador”, dijo Durán.

En el intercambio con el público apareció un eje que atraviesa todo el proyecto: la hermandad. Un suboficial que llegó a Río Gallegos en 1981 —entonces muy joven e instructor de la clase 63— tomó la palabra y contó la particularidad de ese grupo. “Fuimos una familia”. En esa misma línea, varios remarcaron el rol protector del jefe de la base —presente en la sala, con 93 años— y el vínculo que sostuvo a ese grupo en los días más duros.


También se abrió un debate necesario sobre la mirada pública de la guerra. El jefe de la base pidió “no perder de vista el carácter aeronaval del conflicto” y subrayó la tarea del personal de tierra que “dejó cada avión listo, mañana, tarde y noche”. La respuesta volvió al corazón del libro. Y es que se trató de eso, de tejer las partes de un mismo tejido, reconocer el engranaje de acciones enlazadas que hicieron posible el puente aéreo, el envío de alimentos, medicamentos e insumos durante 74 días.

Entre los materiales que alimentan la investigación, Durán destacó un diario manuscrito de 1982 cedido por Gabriel Roldán, cuyas páginas que devuelven la temperatura de época con la frescura de lo que se escribió en el momento. No es un detalle menor; así como las fotos detienen escenas y disparan preguntas, esos apuntes personales conectan generaciones. “En las ciudades patagónicas vivimos los oscurecimientos y simulacros”, recordó la autora, que tenía seis años cuando le enseñaron a esconderse bajo el banco de la escuela por si sonaban las sirenas.


Hacia el cierre, Omar Flores, uno de los impulsores del reencuentro de 2018 contó cómo empezó todo. La intuición de que era tiempo de volver a verse, de registrar la memoria antes de que el calendario impusiera silencios. De ese empuje salió la red federal, la convocatoria, la primera edición y el propósito de “llevar el libro a las aulas”. En Santa Cruz, contó, avanza el reconocimiento provincial a los combatientes del continente. El proyecto también dialoga con ese camino.

La tarde terminó igual que empezó. Con emoción profunda y serena. Casa de Santa Cruz fue refugio y punto de partida. Afuera, la ciudad siguió su ritmo. Adentro, quedó la sensación de haber asistido a algo tan simple como enorme; la fraternidad de hombres y mujeres que, con nombres y oficios distintos, volvieron a pedir pista para contar lo que vieron, lo que hicieron y lo que todavía duele. Para honrar a quienes no volvieron, para acompañar a quienes siguieron con ese recuerdo en el alma y, sobre todo, para que nunca más.

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